¡Vamos a marchar!

  “Cada gesto humanitario reduce la violencia y cada gesto de amor es un paso hacia la Paz” 

Las marchas que agitan el país estos días son “para destruir el país”, son “espacios que aprovechan los delincuentes”, son “un rechazo absoluto al gobierno”, son “una tribuna preelectoral”, son “una luz de esperanza”, son “una lucha por la Justicia”, son “un foco de Covid-19”, son “pura violencia”, son la “paz”, en resumen, para distintas personas, marchantes y observadores, la marcha es alguna de esas cosas o todas ellas al mismo tiempo. Yo me siento más identificado con pensar que es todas ellas, y otras, pues pretender uniformar a tantas personas con una misma etiqueta me resulta cuando menos una irresponsabilidad.

Hace una semana parecía explícito el motivo de la movilización. El “no a la reforma tributaria” sonaba al unísono en todos los sectores de opinión, pero, una vez retirada la reforma, ese propósito pasó a ser como un florero de Llorente que, sin tener por sí mismo mayor relevancia, lo recordamos como el fetiche nacional con fiesta patria, y hasta se conserva La Casa del Florero. Imaginen lo infantil de esa ‘pelotera’; menuda excusa para la revuelta que resultó.

Pero las marchas son más que una bulliciosa protesta o que un par de puñetazos para repetir por doscientos diez años, y contando. En nuestra historia han tenido un sentido trascendente que es el que vale la pena recordar: enfrentar al opresor, rechazar la injusticia, respaldar una bandera, instar una revolución, reivindicar la igualdad, lograr una constituyente; en esencia: hacer visible que hay una comunidad (común-unidad) reunida por una causa. Es evidente que aquí hablo de marchas como movilizaciones sociales, y que estas se han presentado violentas, como la Revolución Francesa o las del florero colombiano, pero, en otras, los marchantes han sido adalides y ejemplo de Paz, como Ghandi en La India.

Es aquí donde la Democracia impuso su genialidad sobre los otros sistemas, institucionalizó la revolución y las corrientes de cambio encontrarían canales que le darían vida en una competencia para ser vencidos o victoriosos. A las marchas las vías de derecho le dieron ‘nuevos ropajes’ y el voto cada dos años se alzaría con la corona; la violencia, al menos desde la perspectiva teórica, carecería de sentido, pero la realidad fue otra. Mi abuelo me contó que cuando prohibieron las armas en el Congreso se pusieron de moda unos lapiceros que disparaban una bala. Sí, hace menos de 50 años esa era Colombia. Pero la tarea de darle camino institucional a las movilizaciones y reclamaciones sociales siguió profundizándose y, desde esta perspectiva, el acto de marchar o moverse por una causa es de la esencia de las Democracias, y de esa movilización se deriva su evolución.

Puesto en palabras simples: la Democracia busca sustituir la confrontación violenta por un diálogo maduro, en el que todos podamos aprender y así avanzar. Y esto nos es un asunto menor, pues una marcha en el sentido de estas líneas solo puede serlo con una causa y propósito en torno al bien común, de lo contrario será una vulgar asonada, o una turba enardecida, o, como dice la canción de Silvio Rodríguez: “Qué cosa fuera la maza sin cantera…”. Si dejamos de marchar simplemente dejamos de ser Democracia. 

Y entonces, la ineludible pregunta: ¿Cuál es el propósito de la continuidad de esta marcha? No pretendo ser yo quien responda o cuestione por cada marchante, pero si no tienes respuesta clara a esta pregunta es mejor que te quedes en casa y no pongas en riesgo la salud pública, pues puedes estar siendo peón en ajedrez ajeno o, como dice la misma canción, “Un instrumento sin mejores resplandores, que lucecitas montadas para escena…”. O peor aún: “Un eternizador de dioses del ocaso”. Si eres de los míos, leíste las citas cantando y sabes todo lo que falta por cantar.  

No tengo dudas que, a pesar de nuestras dificultades, la Colombia de hoy es distinta a la de hace 17 años, cuando un ex ‘para’, ex farc y ex ‘poli’, en Revivir San José de los Campanos, barrio de Cartagena donde trabajaba yo como asistente ad honorem del profesor Alfredo Correa de Andréis, pronunció unas palabras que resultaron proféticas: “El inocente (bobo) es uno” pues “lo peor de la guerra es estar en medio y no saber de dónde vienen las balas…» Un par de meses después nos mataron al profesor.

Pero también pienso que aún tenemos mucho camino por andar. Por ejemplo, debemos aprender a participar en lo público más allá de las calles y más allá del voto; debemos aprender a cargar una bandera cargándola, lo cual en el Estado de Derecho se traduce en dos caminos de participación: o bien para hacer efectivos los derechos reconocidos o para que sean reconocidos nuevos derechos. Aquí es donde los voluntarios, sí, los ciudadanos voluntarios, esos que tienen la voluntad que se traduce en acción, encarnan al mismo tiempo la escuela y el ejemplo; ser ejemplo e impulsar a otros a vivir el ejemplo; esa es la ciudadanía que necesitan nuestros días.

En este punto el camino me parece claro, el futuro de nuestras democracias está en asumir personalmente el reto de superar la apatía y crecer en voluntad; crecer cargando las banderas para compartirlas y contagiar a otros, para soñar y hacer desde cada uno de nuestros hogares y lugares de trabajo una sociedad mejor. Por eso no importa el escenario en que te encuentres, no importa el poder o el dinero que llegues a abrazar o te falte, no importa donde te lleve la vida, cada gesto humanitario reduce la violencia y cada gesto de amor es un paso hacia la Paz.

* Abogado y especialista en Derecho Comercial, Becario OEA en Formulación de estrategias en Gobierno electrónico, master en Gestión de la Ciudad, master en Administración de Negocios, candidato a master en Finanzas y doctorando en Administración, Hacienda y Justicia en el Estado Social. Gobernador electo del Distrito F2 de Clubes de Leones.

https://revistametro.co/2021/05/08/vamos-a-marchar/

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